martes, 25 de diciembre de 2012

Protocolos

Subo las escaleras cagado de miedo. Ahora mismo no me importaría que viviera cuatro o cinco pisos más arriba, para ganar algo de tiempo y conseguir calmarme. Llego a su puerta y hasta dudo de tocar al timbre. Paseo por el rellano durante un rato, respiro profundamente y por fin lo hago.

Llaman al timbre cuando todavía estoy pintándome los labios y arreglándome el pelo. Frente al espejo, me miro sin estar segura de haber elegido bien el conjunto para salir a cenar juntos en plan cita. Corro a la entrada, sonrojada por las prisas, me coloco la falda y respiro profundamente.

La espera se hace eterna hasta que la oigo corriendo al otro lado de la puerta.

Cuando abro de golpe, aparece él en postura de anuncio de perfume, atravesándome con esos enormes ojos negros.

Me abre de golpe y aparece delante de mí, preciosa como siempre, mirándome con esos ojitos verdes que son todo energía. Intento no parecer nervioso, pero me atrae tanto que es imposible no moverme con torpeza.

No se muestra nervioso, al contrario, su tremenda seguridad es lo que me fascina y me deja prácticamente muda cada vez que le veo. Con movimientos que parecen estudiados al milímetro, apoya la mano en la pared e inclina todo el cuerpo hacia mí. Yo todavía no he dicho ni mu y permanezco estática sujetando la puerta abierta. Cruza el umbral, se me acerca y me pega la boca al oído.

Cruzo el umbral, me acerco a ella y me inclino para hablarle al oído sin que note que estoy temblando. -Supongo que me dejas pasar - susurro.
De verdad que lo espero, porque sino quedaré como un completo capullo.

Intento ocultar que me ha erizado todo el bello del cuerpo. Retrocedo uno o dos pasos, indicándole que no hay problema, pero no dejo de mirarle a los ojos. Él avanza esos dos pasos y salva la distancia que he creado por un segundo.

Ella se aparta para dejarme entrar. Antes de que pueda arrepentirse, vuelvo a pegarme a ella.

Sin dejar de rozarme la mejilla, él acerca su boca a la mía y me besa en la comisura derecha, tomándose su tiempo.

Estoy a punto de lanzarme, ya que me resultaría imposible tenerla delante sin tocarla en toda la noche. Intento besarla en los labios pero a lo máximo que llego es a rozarle con cariño la comisura.

Yo me derrito, como no podría ser de otra manera. Luego se separa lentamente, sin dejar de clavarme esos ojazos. Me coge de la mano y me la quita de la puerta, dejando que ésta se cierre detrás de él. Lo voy pillando. No tiene intención de irse a ninguna parte. Y la verdad es que yo tampoco.

El aire de la escalera me enfría la espalda, y decido quitarle la mano de la puerta, que todavía sujeta, para poder cerrar y tener un poco de intimidad. La verdad es que no tengo hambre.

Me mantengo en la misma postura, y sigo en silencio porque no creo que ninguna palabra lo mejorara. Me pongo de puntillas y le sujeto la cabeza con las manos, dejando mi nariz a un milímetro escaso de la suya.

De repente parece reaccionar, me coge la cabeza con las manos y se acerca para besarme también en la comisura, como si intentara copiarme.

Repito el proceso que él ha seguido para besarle tímidamente en la comisura contraria de los labios.

Tenerla a escasos milímetros sin dejar de mirarme con esos ojos tan tiernos hace que me ponga todavía más nervioso, y no sé cómo, sacudo la cabeza de tal forma que nos acabamos besando.

Pero él es de lejos mucho más espabilado que yo. Con un sutil movimiento consigue que le bese dónde tiene que ser. Es puro calor y yo estoy hecha de algún material muy maleable. 

Jaque mate.

Una vez superada la barrera del miedo, todo sale tan rodado que sólo puedo actuar por inercia y ya me es imposible despegarme de él.

Es puro hielo. Me deja tan petrificado que sólo puedo actuar por inercia.

Y eso que tiene todas las papeletas para ser un canalla de mucho cuidado. Pero en este momento me importa bien poco.

Tiene toda la pinta de ser la típica que te rompe el corazón después de usarte unas cuantas veces. Pero ahora mismo me importa bien poco.

Sin ni siquiera pasar del recibidor, me ha destrozado el carmín y me ha rasgado la falda, pero también ha hecho que por primera vez este invierno no note las baldosas del suelo terriblemente frías.

Ni siquiera pasamos del recibidor. Sin pensar más en la cena, nos instalamos en el suelo de baldosas y las horas se me pasan volando.

En lo que parece un minuto, pasan aproximadamente dos horas y media. A la mierda la cena y a la mierda el carmín, la falda y lo que sea que se me estuviera pasando por la cabeza. Él es todo lo que quiero. Eso sí, el silencio que no falte, para poder romperlo como dios manda.

Ella es todo lo que necesito. Ella y sus gemidos rompiendo el silencio.

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