Lloro porque recuerdo todo lo que no hemos sido,
por esa ilusión que guardé bajo llave,
por tantas madrugadas sin ti.
Lloro por todo lo que habríamos hecho,
por cada foto que no nos tomamos,
por descubrir que eres perfecto
debajo de tanta cicatriz.
Lloro porque, a pesar de todo,
la niña buena se convirtió en la mala del cuento,
la que lo mancha todo a su paso
(por miedo, precisamente, de mancharse).
Me mancho de lágrimas y me viene a la mente esa carita tuya de ángel.
Esa que pones cuando quieres algo
y cuando lo que tienes entre manos
vienen siendo mis rodillas.
Lloro porque me sé feliz contigo,
pero esa parte, justo esa, no forma parte del trato.
En el contrato lo dice bien claro:
ahora, si eso, somos amigos.
Lloro porque, a pesar de todo,
nunca te lloraré a ti. Dejaré que te vayas
creyendo que no me importa,
fingiendo que somos de esos amigos que nunca se llaman.