jueves, 11 de diciembre de 2014

Casualidad, causalidad

Un accidente. Así es como describo tu llegada, tu irrupción repentina en mi vida. 

Los hay que insisten en que los accidentes son malos, que debemos evitarlos a toda costa; los hay que al pensar en un accidente sólo pueden imaginar catástrofes y desdichas. 

Pues bien, te diré algo: empiezo a tener la certeza que tú y yo podemos derribar toda esa teoría, darle la vuelta a las cosas, callar unas cuantas bocas. Demostremos al mundo que siempre hay dos caras en la misma moneda y que es bueno modificar la perspectiva aunque sea, sencillamente, cambiando la almohada de sitio y durmiendo con la cabeza en los pies. 

Lo dice el diccionario. Un accidente es una cualidad o estado que aparece en algo, sin que formara parte de su esencia o naturaleza. Y bien, ¿no es así como puede explicarse que, de golpe, esta alma cargada de miedos esté experimentando algunos cambios imprevistos? ¿que alguien que lo pospone todo haya empezado a hacer planes? ¿que hasta quién era más reacio al amor, empiece a entender porqué la gente se enamora?

He leído también que se denomina accidente a un suceso eventual que altera el orden regular de las cosas. Consideremos suceso eventual ese instante de suerte o improbable casualidad que hizo que dieras conmigo en medio de mucha gente y poco sentido. Aceptemos como orden regular de las cosas un corazón habituado al rechazo, una armadura a base de golpes y una desconfianza casi crónica. De repente, una curva pronunciada, un vuelco, un giro de 180º que lo cambia todo para bien.

¿Sabes que también se define como accidente una indisposición o enfermedad que sobreviene repentinamente y priva de sentido? No discrepo del todo. Pero es que la gente no sabe que esa enfermedad es una especie de felicidad inherente, una sonrisa grapada en la cara, una fiebre que me recorre entera cada vez que me tocas. Y vale, admito que me priva de sentido. Pero de qué me vale el sentido, si los mejores estamos locos, si lo último que queremos es morirnos de cordura.

¿Sabes? A veces, sabiamente, incluso se han descrito los accidentes como la pasión y el movimiento del ánimo. Cuánta razón. ¿Ven como no siempre son malos? Tú has sacudido mi ánimo de arriba abajo, has subido las persianas iluminando este cuarto a oscuras, has hecho que parezca mayo en pleno diciembre y me has encendido por dentro. Has conseguido que vuelva a creer...o mejor dicho, que empiece a creer de una vez por todas. Dime si eso no demuestra que existen accidentes geniales.

Éstos también existen nuestra geografía, pues todo terreno tiene sus irregularidades. Tú y yo empezamos a descubrir el paisaje, y eso implica topar con elevaciones y depresiones bruscas, con quiebras inesperadas y fragosidades...pero, ¿no es eso lo que hace realmente interesante el viaje? ¿no son las quemaduras lo que da encanto al hecho de aprender a cocinar? Déjame recorrer este accidente de pies a cabeza, explorar los intríngulis de cada uno de sus recovecos, sus secretos, sus desastres, su verdad... sin necesidad de responder a ninguna pregunta clave (tú ya me entiendes).

En términos médicos, se denomina accidente al síntoma grave que se presenta inopinadamente durante una enfermedad, sin ser de los que la caracterizan. Pues, si insiste, tengo accidentes muy graves, doctor. Empiezo a sentir cosas peligrosas, desconocidas hasta el momento. Y es que creo que no hay nada más peligroso que una persona que te haga estrenar sentimientos. ¿Usted qué cree?

Sí, en gramática se ve que también hay accidentes. Pues me parece que voy a arriesgarme.  Me arriesgaré a pronunciar palabras sin haberlas elegido bien antes, a romper el silencio inapropiadamente, a mancharme la boca con insultos que te encanten, a definir aquellas cosas que sé de sobras que no tienen definición posible, incluso a hablar de lo que pasa por esta cabecita triste cada vez que cojo un tren. 

Y por último, y no por ello menos importante, me han venido a la mente los accidentes musicales. En música se conoce como accidente a cada uno de los tres signos con los que se altera la tonalidad de un sonido. Pues bien, hace un par de noches noté que ocurría algo: nuestros latidos se estaban sincronizando. Creo que armonizamos, creo que has alterado la tonalidad de mis pulsaciones. Siento que le has dado ritmo a mi vida, que ya no estoy muerta por dentro. Qué sonido más bonito el de tu respiración en medio de mis sueños, qué bien se te da acunarlos, arrinconando mis temores, haciéndolos añicos.

Un accidente. Un enorme paréntesis. Eso fue para mí tu llegada y eso es lo que llevas provocando desde el primer día. Que en los días grises las cosas sigan brillando.

Joder, qué bonito accidentarse si es contigo.

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