domingo, 25 de enero de 2015

Declaración de independencia. Tus abrazos son mi casa

"Y aunque no siempre he entendido mis culpas y mis fracasos en cambio sé que en tus brazos el mundo tiene sentido." (Todavía, Mario Benedetti)
Hoy vengo a contarte cómo me independicé. No te equivoques, no hablo de ninguna mudanza. O al menos, eso creo. ¿Sabes? El día en que lo hice se produjo una especie de alineación cósmica. El universo conspiró a mi favor y decidió quitarme los miedos. ¿O quizá fuiste tú?

Quizá fuiste tú quien hizo que me decidiera. El caso es que lo hice: huí de mi zona de comfort. Primero una patita, luego dos pasos atrás (y tal vez algunos rasguños). Suerte que tú siempre estabas ahí para cogerme, impidiendo que me hiciera demasiado daño. Luego llegaron mis dudas, mis llantos, mi culpa. Y, por fin, el vacío. Me tiré al vacío a sabiendas que tú habías cosido en mi espalda unas alas fuertes, de esas que sólo se construyen a base de amor y paciencia.

Ese día me independicé de mis monstruos, mis cuatro paredes, mi autosabotaje. Ese día estuve segura de algo por primera vez en mi vida. Tú eras el compañero perfecto, mi copiloto favorito. De repente, mis lágrimas eran sólo de risa, los silencios a tu lado mejoraban cualquier discurso, y tus ojos...sencillamente decidí quedarme a vivir en ellos.

Debo confesar que te quise en seguida. Te quise tanto y tan fuerte que asustaba, así que dejé que tú lo dijeras antes. Fui estúpida, debí ahorrarnos tiempo, pero lo que sé del cierto es que te equivocabas: yo te quise primero. ¿Lo dudas? Joder, quererte ha sido lo más fácil que he hecho en mi vida. Y, francamente, es lo mejor que hago cada día. Poco a poco te conviertes en mi especialidad, mi amuleto. Y tus brazos...sencillamente los he declarado mi hogar. 

Increíble. Fue increíble descubrir que cada parte de mí encajaba al 100% contigo. Fue increíble notar como, cada vez que me abrazabas fuerte, hacías que todas mis partes rotas se juntaran de nuevo. Fue increíble admitir que, mal me pesara, puede que el amor sí que exista.

Tú has construido el amor para mí. Has construido un mundo en el que siempre estoy de vacaciones. En el que el miedo es momentáneo, en el que el arrepentimiento se ha esfumado, en el que, si te despistas, me quedo para siempre.

Después de esto ya sólo me queda darte las gracias. Aunque no te dejes, aunque no lo creas. Gracias. Gracias por hacerme vivir. No hablo de respirar, hablo de VIVIR en mayúsculas. Gracias por arreglarme los días y por desordenarme las noches. Gracias por quitarme la coraza, por subirte a este tren averiado, por hacer que vea el sol en los días más nublados. Gracias por creer en mí. Gracias por apostar por esto cuando yo no me atrevía. Gracias por quererme, por hacer que sea yo. Gracias por ser tú, por ser de aquellas personas que sólo conoces una vez en la vida. Gracias por hacer que funcione, por hacerme ver por qué nunca funcionó con nadie más...

No sufras, no me alargaré mucho más. Pero es que antes de terminar esta carta, necesito confesarte una cosa: creo que estás perdido. Creo que lo más justo es que lo sepas. Ya sólo concebo la vida si es contigo. El amor huele exactamente a ti y no tengo intención de cambiar las sábanas. Así que, si te parece, me independizo. Me mudo y me instalo en tu piel. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tu opinión sobre el post