martes, 31 de diciembre de 2013

Te quiero, sin ser yo nada de eso.

De las prisas de hoy, de las dudas de siempre, de historias eternas que acaban, sin que importante tanto el culpable. De descubrir con dolor que el culpable es uno mismo, del defecto y la culpa por ello, pero también de la oportunidad que nos brinda de ser auténticos y crecer. De territorios afectivos y territorios sociales, del deseo de mejorar, de la dificultad de tener verdad y comprensión entre dos.

Hace unos días que ando creciendo y te necesito más que nunca. Porque haces de lo complicado parezca una tontería de las mías y que el mundo pueda arreglarse con un par de cafés (o unas cuantas cervezas). Haces que descubra las partes de mí que no me gustan y que me sienta un poco más fuerte para afrontarlas. Haces que sepa que, pase lo que pase, vaya a donde vaya, siempre habrá alguien en el mundo capaz de entenderme más que el resto. Por todo eso y n cosas más, me sentiría culpable de dudar un solo segundo de quiénes somos tú y yo: compañeras rezagadas de miedos, de las dudas de siempre. Compañeras de historias eternas, que por una vez y por un amor de los grandes, no tienen por qué acabar. Espero, Lucía, que tú no lo dudes nunca. No dudes que estaré bien cerca cada vez que la realidad se presente y quiera quitarnos las carcajadas a golpes; que no estaré lejos cuando tengamos que quitarnos, a golpes de carcajada, la realidad de encima.