domingo, 24 de julio de 2011

Y lo más importante de todo: no te enamores nunca.

Dos años después de aquel verano, ya no recuerdo exactamente qué fue lo que pasó entre tú y yo. He olvidado los detalles y, una a una, las espinas que me habías clavado y que tenían fecha y hora. El problema, sin embargo, es que el dolor sigue ahí, anestesiado a ratos, incluso a meses, pero siempre regresando. Prueba de ello es este cuaderno, que todavía a día de hoy lleva tu nombre. Y es que intenté llenar sus páginas con otros momentos, hablar de otras personas, ésas que son mi dosis de anestesia local. Pero nunca llega a tener sentido...porque quizás sea este diario mi última vía de escape, mi eterna conexión contigo y con lo que viví por ti.

Sería absurdo manchar otros recuerdos con la esencia gafada que has impregnado en mí. Tal vez sea ésta la forma de hacerte un hueco amable en mi memoria, uno que no me haga estremecerme cada vez que late. Porque cuando lo hago, me gustaría volver atrás, justo antes de que entraras en mi vida. Pero no puedo, como tampoco puedo borrar el dolor que has dejado, ni tampoco dedicar estas páginas a alguien que no seas tú. Porque, quiera o no, tal vez formes parte de mí para siempre. Y tal vez hasta entonces, necesite hablar de ti, aunque sea sólo conmigo.

Puede que también encuentre a alguien que me lleve a esos sitios dónde no tengo recuerdos. Será entonces cuando no necesite más papel, ni más conversaciones que se repiten con el yo de mi pasado, el que te conoció. Y a esa memoria en blanco, tal vez le dedique un cuaderno nuevo, pero hablando siempre en futuro, porque el pasado me dará igual y el presente lo viviré sin temer las consecuencias que comporta enamorarse.

Pero hasta que eso ocurra, si es que ocurre, y tú sigas volviendo siempre y tu recuerdo me haga estremecerme y cerrar los ojos muy fuerte, seguiré escribiéndote. Porque serás el único amor que he conocido.  Y lo único que sé del amor es que dicen que duele.

Yo quisiera no quererte ni una página más.