sábado, 27 de agosto de 2011

Reivindico mi derecho a sentir

Las desgracias son más llevaderas cuando tienen razón de ser, un núcleo concreto que justifica todos los males. Mis pequeñas crisis siempre han tenido nombre y apellidos. O eso pensaba. Parecía que sin alguien a quien poder culpar, mi malestar no tenía sentido. Y eso me come por dentro. ¿Realmente tengo derecho a existir si no es por un Tú? Me planteo qué sería de mí sin alguien a quien querer. Pero eso ocurre porque siempre me he mantenido ocupada buscando a alguien.


Parar, respirar y tomar impulso. El problema es que no se para qué tanta carrerilla. Vivo con miedo y a la vez, consciente de que esta situación algún día debe acabar. Vivo dando consejos gratuitos a historias ajenas a la mía y repitiéndome constantemente que la solución reside en aplicármelos a mí misma. Pero, ¿qué pasa cuando no sabes qué te ocurre, cuando simplemente te sientes vacía y ni siquiera tienes una base de datos mental a la que recurrir en estos casos? Tengo derecho a sentirme mal más allá de otras personas, sin sentido. Buscándolo.

A veces me planteo si soy normal, si no me estaré volviendo más solitaria de lo previsto. Pero ¿qué es normal? Nadie lo sabe, no existe. Porque tal vez mi realidad no valga más que la de ahí fuera. Cuando eso ocurre brotan affaires que en el fondo sé que yo misma he creado de la nada. Historias que no llenan, porque no estaban destinadas a existir. Personas forzadas a ser algo importante en mi vida y que sólo contribuyen a llenar este vacío: el que ha dejado ese algo que llega sin avisar, te pilla de improviso y trae consigo el significado que te falta.