domingo, 25 de noviembre de 2012

Utopía

Podría acostumbrarme al olor de tu ropa, a que me besaras el pelo y me sujetaras de los hombros cuando voy a cruzar en rojo. Podría acostumbrarme a mil horas sin sueño y a no distinguir si hoy es martes o viernes. A echarte de menos antes de despedirnos, a mirarte mientras haces cualquier cosa, a pasear todas las calles de esta ciudad eterna que hasta mejora cuando tú la pisas. 

Podría acostumbrarme al asiento del copiloto, a empañarte los cristales, a vivir de tus ojos. Podría acostumbrarme a ese nervio que me entra cuando me miras y parezco idiota. A guardar celosamente largas cartas en un cajón por miedo a descubrir que puede que te quiera un poco. Podría mojarte en cada charco y aprender a interpretar tus silencios. Acostumbrarme a que dijeras mi nombre, a sentirme a salvo.

Podría acostumbrarme, ahora que sé que no puedo. Que pronto nuestra risa resonará en mi cabeza como uno de los recuerdos que se me pierden en el tiempo. Entre las oportunidades que no nos di. Entre las razones de vivir que me estoy quitando para no estar contigo. 

Tú podrías acostumbrarte a las esquinas de mi mente, que están más afiladas que nunca. A que muerda con palabras y que mis pensamientos te desgarren por dentro. 

Podrías acostumbrarte a mis manos, demasiado torpes para resguardarte del frío; cobardes para reunir los pedazos de las ilusiones que te iré quebrando. Hasta a los errores que siembro por terror a esa calma que me deja a ciegas.

Y es que, de repente, es invierno. Y no sé cómo, te sujeto como a una de esas cajas que advierten contenido frágil. Como a un oasis de calma en este pozo sin fondo. Y no sé cómo, hemos llegado a este punto con perspectivas a años luz.

Sabes que te adoro, y podríamos acostumbrarnos. Por eso velaré para que no nos tengamos nunca. Para evitar que un día, barajando la forma digna de sucumbir a esa belleza que no sabes que irradias, te me resbales de entre los dedos. Bruscamente.