lunes, 10 de diciembre de 2012

Esa mueca que haces siempre cuando finges que estás pensando.

Me despierto de golpe, sudando y con mucha sed. Tengo miedo de haber parado el despertador sin darme cuenta, de que sean las 11 o las 12 del mediodía y que las persianas bajadas a tope no me dejen comprobarlo. Tengo miedo de ser una fracasada, que se acuesta tardísimo y luego nunca es capaz de madrugar; que llega tarde a todas partes y se está ganando mala fama.

A tientas, con un ojo a medio abrir, cojo el móvil de la mesilla y de paso tiro la lámpara que está ahí, de mírame y no me toques. Las putas 4 y media. Ha sido una pesadilla. No llego tarde a la reunión, nunca llego tarde. Soy perfecta joder, o eso dicen. Qué susto. Aprovecho la interrupción y me levanto para ir al baño. Este piso es una nevera. Aun así, nada consigue desvelarme.

Vuelvo a la cama, zambulléndome feliz de pensar que todavía me quedan 4 horas de sueño. Todo va bien. Sí, qué tonta. Me tumbo y me enrosco en el edredón como una croqueta. De repente noto tus manos rodeándome la cintura, y como te me abrazas de espaldas, acunándome la cabeza contra tu pecho.

-Te he despertado, ¿no?
-Tranquila. Duérmete, anda.

Me besas el pelo con cariño, sin ni siquiera abrir los ojos, y tus dedos no dejan de apretarme contra ti. Me giro para verte la cara y ya vuelves a estar dormido.

Te veo dormir acurrucado entre esas sábanas de Ikea en oferta y definitivamente sé que todo va bien y que sí, todo es perfecto así.

Me despierto de golpe, sudando y con mucha sed. Han llamado al timbre pero está claro que no pienso levantarme para abrirle al cartero. Son las 12:39. Las persianas están bajadas a tope. La lámpara de mírame y no me toques está en el suelo y el otro lado de la cama vacío y sin deshacer.

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