jueves, 2 de febrero de 2012

La distancia de las miradas

Tus miradas queman, desconciertan, se me clavan muy adentro. Junto con la sangre, por las venas, circulan hasta la cabeza haciéndome perder el equilibrio; recorren mi cuerpo, llegando al estómago; despiertan escalofríos en la piel. Tus ojos, profundos y, a la vez, superficiales: no sé qué intentan transmitir, tal vez simplemente se pierden.

Me gustaría formar parte de ti, sólo durante unos segundos, saber qué piensas, qué sientes. Si todo esto ha sido simplemente un espejismo o, realmente, también tú lo notas. Dudo. No entiendo nada. Estoy confusa. Respiro profundamente, cierro los ojos y te observo desde dentro. Te imagino llegando por detrás, sorprendiéndome con un abrazo que me columpia, que lo vuelve todo más fácil. De hecho, cuando tú estás, todo es distinto. Todo. Excepto indiferencia.

Qué más da, sé que te busco, te exprimo hasta que ya no puedes más. Y explotas. Y me gusta. Tal vez sólo sea un juego, un pasatiempo. Pero, cuando te pierdes entre la gente y te encuentro, aparece una sonrisa que me adorna los labios y se refleja en los tuyos. Estamos conectados, cerca, aunque lejos físicamente. Adoro todo lo que te rodea y, a la vez, te maldigo.

Un momento más tarde, finges que me ignoras y yo te pago con la misma moneda. Contigo no es como con los demás. Todo es genial a nuestra manera, todo… Despierto. ¿Ha sido una pesadilla? Tengo miedo de haberte perdido incluso mientras dormía. 

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