miércoles, 3 de agosto de 2016

Heartbeats

A veces siento que tus manos tienen el poder de atravesarme la piel, el alma y llegar a aquello que debe haber ahí dentro. De dar con rincones confusos, amargos y rotos que ni yo misma conozco.

Un centímetro, otro y luego otro más. Poco a poco me exploras como si se tratara de una minuciosa intervención quirúrgica. Tus manos están perfectamente limpias; limpias de miedos, de prejuicios, de creencias. Ahí estoy yo, en la mesa de operaciones, abierta en canal y expuesta a ti. Solo estamos mi cuerpo y yo (casi siempre dos entes independientes). Y tú, mirándome con esa mezcla de precisión y asombro, la de un científico que estudia la mayor causa perdida de la historia pero que, aun así, conserva su inexplicable fe. 

Tus manos atraviesan todo lo que es apariencia, huesos, cargas, y consiguen construir algo poderoso, algo dentro de mí que se enciende y hace que todo funcione de nuevo; que funcione por primera vez. Conectas los cables, barres los desechos, cambias las pilas. Te enfrentas a un caso complicado: alguien que ni sabe lo que tiene.

La mayoría del tiempo soy inconsciente de tu trabajo, es sutil, casi invisible. Pero siempre deja una señal, una cicatriz imborrable de tu paso, un tatuaje indeleble que marca a fuego la fina línea entre verdad y mentira, entre cuentos, promesas y un amor del bueno, entre ser yo y ser yo misma a través de alguien. Una huella que, al despertar, sigue ahí, conmigo, para siempre.

Tus manos tienen la ruta exacta, el camino (a veces abrupto y escarpado y, a veces, solo largo) hasta mí. Hasta aquello que yo soy desde que tú existes. El tacto, la fuerza, las ganas de encontrarme. Y, aunque me parezca egoísta, de hacerme latir.

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