martes, 30 de abril de 2013

Las dos prohibidas

El día que supe que te ibas, construí mi pequeña versión del fin del mundo. Ésta se redujo a un nudo en la garganta, de los que aprietan el cuello cuando evitas echarte a llorar en medio de un montón de gente. De repente, necesité taparme la boca con las dos manos para no atropellarte con eso que nunca digo. Porque, eso que nunca digo, sería mucho peor que romper a llorar delante de cualquiera. Sería admitir la derrota.

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