martes, 18 de septiembre de 2012

De tópicos, barbaridades y otras rutinas

Mientras subía al tren zambullida en un debate interno de dudosa procedencia, me vi sorprendida por un vagón repleto de gente y bultos, la mayoría seguramente superfluos. Inspeccioné rápidamente el compartimento con la escasa fe de encontrar un asiento libre o, en su defecto, un alma caritativa que me cediera el sitio, sin confiar demasiado en que alguien fuera a adivinar por arte de magia lo inmensamente cansada que estaba esa tarde. 

Al final del pasillo estrecho y francamente destartalado (¿Usted sabía que por los raíles catalanes circulan el 40% de los trenes considerados obsoletos construidos por el Estado durante los 70? -si tiene tiempo, lea la Vanguardia, y seguro que en su memoria queda grabado algún dato aparentemente irrelevante)... Pues bien, al final de ese pasillo viajaban, en un grupo bastante numeroso, varios africanos vistiendo coloridos atuendos y calzando sandalias con calcetines. 

Creí que se desplegaba un coro angelical a través del hilo musical del vagón cuando aprecié que entre ellos había un hueco sin ocupar. Un chico bastante joven se levantó para dejarme pasar y acomodarme a su lado como pudiera, maleta incluida. En seguida me fijé en cómo interactuaba con sus acompañantes y en el  tono de las palmas de sus manos. Me sorprendió que fuera tan oscuro, así como el color de sus dientes, que no acababa de destacarle en el rostro casi azabache. 

Seguro que se dio cuenta rápidamente de la curiosidad (sin llegar a la impertinencia, claro está) que me caracteriza y se decidió a hablarme. Me preguntó por mi casa, mis estudios y mi cultura y aunque me aseguró que a penas llevaba cuatro meses en Catalunya, tenía un acento español casi perfecto. Me contó que se dedicaba a vender objetos de imitación en un puesto de la playa de Vilanova, pero que ese verano la suerte no estaba de su parte y la de sus colegas. Por eso creo que se mostró interesado por saber con qué tipo de afluencia turística contaba mi pueblo, por aquello de trasladar su puesto a otro sitio más fructífero. Yo, que acababa de terminar mi contrato en el sector de la hostelería y la restauración -de camarera, vamos- sabía de lo que estaba hablando y quise aclararle que el chollo de la temporada alta se nos estaba acabando.

De todos modos, el leve suspiro que liberó tras un silencio cortísimo no fue capaz de estropearle la sonrisa que me acompañó la mitad del viaje. Y como yo estaba tan cómoda y además ya se sabe que la confianza da asco, abrí el neceser que llevaba en el bolso y me dispuse a pintarme las uñas de las manos para aprovechar el rato que todavía me quedaba de trayecto. 

Mi nuevo amigo, del que supe que venía de Senegal pero del que no llegué a conocer el nombre, me dijo que le encantaba el olor de mi quitaesmalte. 

- Pues es horrible, no me gusta nada - le dije, espontánea. 
- En mi país no lo venden así. ¿Es muy caro?
- Depende de la marca, aunque no mucho. Lo puedes encontrar en todas partes, incluso en los chinos.
- ¿Un euro?
- Si, seguramente un euro, o menos.
- En mi país por un euro puedes comprar un bote más o menos grande. Pero no de esto. Ese no huele tan bien, pero yo me lo echaba en la camiseta para olerlo. ¡Oh!. Pero este, uno como el tuyo, se lo mandaría a mi mujer de Senegal para las uñas. 

En ese momento yo ya no sabía si aquél chico me estaba hablando de productos cosméticos, de costumbres y familias africanas o simplemente de un tema tan universal como las drogas, o la miseria. Todo lo que hasta entonces se me había pasado por la cabeza sobre sus orígenes y su identidad quedó bastante borroso a partir de esa conversación, que terminó justo antes de que anunciaran su estación y él y el resto de senegaleses cogieran sus paquetes y bajaran del tren, alejándose en fila india muy cerca de las vías. 

Cuando ya no estaba a tiempo de reaccionar, primero pensé en lo tonta que había sido. Podría haber cogido ese maldito bote de acetona y habérselo regalado. Pero todo aquello iba más allá de un simple cosmético de a penas un euro. En seguida empecé a pensar en cualquiera que hubiese sido el pasado de mi fugaz amigo antes de llegar al país. Si habría tenido que luchar contra las penurias para conseguir llegar a la tierra prometida. A la falsa meta de la abundancia y la felicidad. En definitiva, a un nuevo territorio de crisis con otro tipo de desastres en el orden del día. Para salir de guatemala y entrar en guatepeor, que se dice. En todo aquello en lo que habría soñado ese chico cada noche antes de llegar a España y verse poco menos jodido que hasta entonces. En los metafóricos riñones que habría tenido que vender para conseguir un ridículo espacio en una hipotética patera casi de juguete. 

O no. 

Entonces pensé en un adolescente despreocupado, descalzo por las calles de una ciudad turbulenta, que pasa el día esnifando pegamento y vete a saber qué otras mierdas. Pensé en el sueño americano trasladado a miles de inmigrantes que veían España como si fuese el Dorado. Y vi los paseos marítimos de las costas de mi tierra a rebosar de puestecillos de top manta. 

Y justo ahí, en ese vagón casi tercermundista, acompañada del traqueteo y las vistas de la petroquímica tras la ventanilla pintarrajeada por algún gamberro made in Spain, me encontré en una de las encrucijadas más inesperadas e idiotas que se me han presentado nunca. Llegué a una contradicción e incoherencia tan absolutas, que no supe que más pensar. 

Acabé más confundida de lo que había subido al tren una escasa hora antes, cuando contemplaba la posibilidad de haberla cagado con los zapatos que llevaría a la cena a la que me dirigía. Y puesto que las dudas morales y existencialistas nunca se me dieron bien y además a mí me gustaba dormir bien por las noches como a la mayoría de mis compatriotas, seguí pintándome las uñas de las manos e incluso pensé en darme otra mano de rimmel. 

2 comentarios:

  1. Me acuerdo que verano sei pintaba las uñas de los pies.
    el único rasgo agresivo
    El moreno era discreto,
    Y yo era otro, pero observaba tanto.
    Que puedo describir todos los encuentros meticulosamente
    El primero eran chanclas de Brasil.
    El último sabía que estaría y me pase de rosca y de papel
    Y yo era otro ,pero observaba todo.
    Al final ,yo era otro pero observaba tanto.
    A quien saltaba el muro y estaba en todas partes
    Al final le gritaba por que no me aborreces, mira
    Al principio lo hacía por frustración inmensa de asustar sin motivo
    Al

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  2. Imposible,comportarse peor es imposible.
    Una mezcla de pretencioso absurdo chuzó idiota
    Entre Torrente y el malo de una serie B

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