domingo, 1 de julio de 2012

El sistema de la mentira

Siempre he creído que el arrepentimiento es el analgésico de los moralistas y el anestésico de los cobardes. 
A pesar de la enorme atrocidad del mundo, todavía se me entelan los ojos ante algún golpe de suerte.

Todavía cruzo la calle sin mirar, confiando en el destino. Todavía sonrío si algún niño me saca la lengua o el gato, en medio del pasillo, me hace tropezar por las mañanas. Todavía conservo ese toque de ingenuidad que me hace estamparme contra el suelo y levantarme sacudiéndome las rodillas de polvo. Y aun reservo una pizca de ignorancia que me hace creer en las maravillas de esta vida de plástico. 

El resto es escepticismo y ganas de vivir corriendo. A gritos; en contra-picado. Amontonando los detalles en la silla de mi cuarto. El resto es subir la cabeza de vez en cuando para oír con la mirada la brisa entre las hojas y la lluvia helada en los párpados. El resto es recorrer a nado las olas de tus piernas y las carreteras de tus manos. Siempre con un resquicio de orgullo y la chispa de miedo que nunca me falla. Que me acompaña en caminos de piedra y discursos descompasados. Es mi amuleto. Mi cuaderno de abordo. Guardando cada recuerdo en las pecas de los brazos.

A pesar de la enorme hipocresía del mundo, todavía quedan instantes felices. 

La felicidad es momentánea. Un suspiro entrecortado; un silencio a tiempo. La felicidad, a veces, es ignorancia. Ingenuidad. Inocencia. Y todo eso, a veces, eres tú. 

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